viernes, 12 de junio de 2009

Viena-Bratislava-Budapest ;-)





A las 4:00h am el autobús para; Sergi, Paula y yo nos despertamos, vemos como baja todo el mundo y decidimos seguir durmiendo en el bus (ya que debíamos de llegar a las 5:00h a Viena); no pasan más de diez minutos cuándo una azafata se acerca a nosotros y nos dice que si vamos a Viena, hace un rato que ya hemos llegado.





Esperamos más de una hora hasta que las taquillas de los autobuses abran para comprar el billete de bus a Bratislava y para dejar las mochilas, una vez los tenemos cogemos el metro (si puertas) y nos dirigimos hacia lo que creíamos que era el centro de la ciudad (luego veremos que no lo era). Cae una lluvia incesante, no tenemos más que un minúsculo paraguas. Hasta las 7:00h am no abre nada, así que no paramos de caminar por la ciudad y acabamos empapados.

Entramos a una cafetería y nos calentamos un poquito, desde el sofá puedo observar como un paraguas grande me espera colgado en un semáforo (¡oee ya tenemos paraguas!). Mientras hacemos el café, Sergi pega una cabezadita, para variar.
Empezamos a turistear bajo la lluvia; entramos a una misa dónde el cura va en silla de ruedas, vemos cientos de majestuosos edificios, palacios y más palacios… en ésta ciudad todavía se respira un aire imperial.


A las 11:ooh am paramos a comer algo, un pollo a l’ast nos llama la atención y acabamos deborándolo. Es aquí cuándo nos percatamos de que hemos vuelto a entrar a territorio euro (€), que todo es mucho más caro y que no podemos ir de señoritos. Así pues, hoy racionaremos nuestros gastos.

Es un día muy largo, caminamos mucho y por el camino encontramos una exposición gratuita de Klimt, así que decidimos entrar a verlo. Dentro una chica italiana nos recomienda sitios para visitar y nos habla de un tramvía gratuito que va en círculo por lo que es el casco antiguo. Le hacemos caso, aunque gran parte del recorrido nos lo pasamos durmiendo.




Debían ser las cinco de la tarde cuándo paramos a tomar unas cervezas, y de ahí ya casi directos a la estación de autobuses y hacia Bratislava. La verdad, es que Viena nos gusto, pero quizás es una ciudad demasiado recargada, y quizás le falta el punto decadente de Kraków o Lviv que las hacen tan atractivas.


Llegamos a Bratislava sobre las 23:00h pm del sábado. En principio esperamos encontrarnos con una ciudad fea, sin ningún tipo de atractivo, pero cuál será nuestra sorpresa al descubrir una pequeña ciudad llena de encanto y mágia.

No teníamos ni un mapa, ni sabíamos que dirección tomar, por suerte, una amiga de la madre de Paula, que es nativa de Bratislava, nos había reservado un albergue; así que después de seguir las indicaciones llegamos a él. Ésta también es zona euro y todo es más caro que en Kraków, aunque algo más barato que en Viena.



En el albergue, mientras Sergi y Paula se cambian, yo me siento en el sofá del salón y conozco a un chico. Se llama Sebastianm, aunque para nosotros será “Sebastian come back”, es danés, tiene 20 años y lleva casi tres semanas viajando solo por europa.

Un chico muy valiente e interesante. Lo invito a que se una al grupo, y ni corto ni perezoso se viene con nosotros.

Nos vamos los cuatro a cenar a un italiano, no sé si era el hambre o es que realmente estaba delicioso, sólo recuerdo disfrutar enormemente de aquel plato de pasta. Durante la cena, el dueño del restaurante, un italiano tocallo mío, casi casi se sienta a cenar con nosotros. Estuvimos hablando largo y tendido con él sobre la situación política de Italia, sobre su ridículo presidente y sobre la mafia. La verdad es que amenizó bastante la cena.

Después de la cena nos dirigimos a un local que nos había recomendado el recepcionista del albergue, “el zulo”. Allí vamos los cuatro, mientras nos dirigimos hacia el local, Sebastian nos va contando su vida y poco a poco se va soltando. Vive en una islita de 40.000 habitantes, es hijo de hippies vegetarianos, el año que viene empieza a estudiar matemáticas en Copenhaguen, hizo un voluntariado en Ecuador….

Entramos al “zulo” y en dos segundos nos sentimos confusos, parece que estamos en un bar de Barcelona, de 50 personas unas 40 debían de ser “españoles”. No hemos pedido ni la primera cerveza y ya estamos metidos en la “spanish crew”, charlando, bailando y bebiendo juntos. Sebastian cada vez se anima más. Bailamos muchísimo, la música está genial, el precio de las cervezas es de estudiante y la compañía es muy divertida. Casi no nos damos cuenta y se nos hacen las 4:00 am, cierran y nos vamos para el albergue.. Sebastian se lo ha pasado tan bien que promete intentar venir a vernos a Kraków durante la semana (y así será), nosotros le ofrecemos comida y cama.

Después de algo más de cuatro horas de sueño nos levantamos, ducha, desayuno y a visitar la ciudad, es pequeña, así que en un día es factible. Visitamos el castillo con vistas a toda la ciudad, recorremos sus callejuelas, algunas repletas de edificios a punto de desplomarse y otras totalmente reformadas, degustamos la gastronomía nacional (una vez más, exquisita) y a media tarde nos metemos en una fiesta de “Europa” y nos dan unas pelotas de playa. Jugamos como críos durante un rato en medio de la calle, y a todo esto se acerca a nosotros un abuelete simpaticon que nos dice que es una fiesta para niños, se ríe y nos explica que había sido coronel de las fuerzas aéreas durante la IIGM… y tal como aparece, desaparece.
Bratislava, como todas las ciudades atravesadas por un río tiene mágia.

Llevamos más de una hora esperando al autocar para Budapest, estamos esperando unas siete personas, no hay ninguna ventanilla de información abierta, los de la compañía de autocares no responden al teléfono…parece que el autocar no va a llegar… oohh!! “La hemos cagado”.

De repente, recuerdo algo (no sé si de una película, un cuento…): si cierras los ojos y deseas algo con muchas ganas, ¡sucede! Miro hacia la entrada de la estación, cierro los ojos y deseo intensamente que llegue nuestro autocar, cuál es mi sorpresa al abrirlos que por la puerta asoma. ¡Tomaaaaaaaaaa! ¡Lo conseguí!


Llegamos a Budapest a media noche, el metro está cerrado, no tenemos dinero y no hay cajeros, por lo tanto no podemos coger un taxi ni un autobus (igualmente no sabríamos cuál coger), así que nos acercamos a una mujer de mediana edad, con el pelo corto y blanco y le preguntamos como ir hasta nuestro albergue. La mujer nos dice que si esperamos un poco, a ella la vienen a buscar en coche, y que si cabemos nos llevan hasta el albergue (increíble, una vez más la gente no deja de sorprendernos… ¡esto para todos aquellos que siguen sin confiar en los demás!). La lástima es que cuándo llega el coche, comprobamos que no cabemos. Pero la mujer nos cambia nuestros euros a su moneda (y nos hace mejor cambio que en un “change-kantor”) y nos dice que ella nos llama a un taxi oficial y que nos lo pide ella para que nos hagan un precio justo. Y así es, la buena mujer se espera a que llegue el taxi, mientras nos cubría con su paraguas, le indica dónde llevarnos y nos dice el precio. Nos despedimos agradecidos, y la verdad, ¡nos quedamos con ganas de darle un besazo!



Aquella noche llegamos tan cansados (que ni nos percatamos de las calamitosas condiciones del edificio) que nos acostamos a dormir después de picotear algo. Nos despertamos pronto y comenzamos a visitar esa magnífica ciudad, una ciudad que nos robará el corazón inmediatamente.

En Budapest conviven los edificios centenarios y monumentales en decadencia con los restaurados y las nuevas edificaciones, lo nuevo y lo viejo conviven en perfecta sintonía. Ésto junto al Danubio que separa Buda de Pest, unidas por decenas de puentes, y la isla que hay en el centro, hace de ésta una ciudad en la que a uno no le importaría quedarse una temporada.





El primer día no paramos y casi visitamos toda la ciudad, nos dejamos algo para el segundo día. Esa noche, después de cenar, vamos a tomar algo a un bar muy original, pero con la primera copa caemos en un sueño profundo que nos impide seguir la noche, y eso que lo intentamos degustando la bebida nacional, el “palinca”. El camarero nos dice que sólo nos servirá un chupito y no más, porque es demasiado fuerte como para algo más. Pero ni con estas, estamos en las últimas y nos vamos a dormir.

Por la mañana buscamos autobuses o trenes para volver esa noche a nuestra amada Kraków, pero no había nada más que un tren nocturno por 90 euros. ¡Diooosss! Esto se nos escapa del presupuesto. Después de perder toda la mañana en la estación de buses y trenes, volvemos a encontrarnos con la suerte, o la “flor en el culo”, y encontramos un billete de tren-cama para esa noche por 40 euros. Lo compramos y pasamos el resto del día de turismo.

Proseguimos en nuestro enamoramiento de las grandes avenidas de Budapest, de sus castillos, casco antiguo y de los montículos que te permiten disfrutar de una excepcional panorámica de la ciudad, además ¡hoy parece verano!
Contentos por haberla conocido y algo apenados por abandonarla, por la noche cogemos un tren.

Llegamos a las 7:30h am a Kraków, yo entro a trabajar a las 9, así que hay tiempo de llegar a casa, hacer un café, una lavadora y planear el siguiente viaje.

Una vez más, estamos en casa y nos sentimos afortunados de poder disfrutar de esta beca, de la Leonardo Da Vinci, que tanto nos está aportando, tanto a nivel personal como profesional.




No quisiera acabar este “capítulo” sin decir que a Paula, mi compañera de piso, le han dedicado un artículo en el periódico más importante del país por su trabajo (ella realiza los videos del festival Photomonth), ¡increíble! Se puede ver el vídeo en: www.youtube.com/paulagirart

viernes, 29 de mayo de 2009

Gdánsk-Sopot-Hel-Varsovia




Bea, Iria, Noe, Miriam y yo nos encontramos en la estación de trenes a las 21.30 y nuestro tren sale en un cuarto de hora. Llegamos muy justos, ya que no somos conscientes de que el día tiene 24h e intentamos asistir a todos los eventos que esa semana se realizan en Kraków. Es la semana de Juvenalia, es decir, los universitarios acaban las clases y la ciudad entera se convierte en una fiesta llena de conciertos, disfraces.. e incluso se permite lo que normalmente está prohibido (beber en la calle…).

En Polonia los trenes no tienen asientos numerados, así que te puede tocar ir de pie en el pasillo con mucha más gente; puesto que llegamos justos a la estación, nos toca pasar 12h de viaje durmiendo sobre las mesas de la cafetería del tren ¡y grácias a Dios! Ir en el suelo habría sido todavía peor.

Amanecemos en Gdánsk, cuna de Solidaridad (el sindicato liderado por Walesa, primer presidente de la democrácia polaca), la ciudad portuária más grande de Polonia; lo primero es buscar dónde dormir. Una vez lo encontramos comenzamos a recorrer la ciudad, es preciosa, nos sorprende para bien, pero lo que quizás más disfrutamos es su gastronomia. Por fín, por fín podemos comer pescado y a un precio que se ajusta a nuestros bolsillos.

Nos sorprende que la ciudad parezca tan nueva, nos sorprende su colorido, y después de leer en guías y algún cartel callejero, nos enteramos de que esta ciudad fue arrasada casi por completo en la II GM; ardió en llamas durante tres días… ¡debió ser horrible! Lo positivo es que fue reconstruida a imagen y semejanza, por lo que conserva su belleza.

Visitamos el museo del ámbar, el de la tortura y una tienda de caramelos hechos a mano dónde podemos observar, alucinar y degustar como niños pequeños esos deliciosos dulces. ¡Qué rico! Poco después, y puesto que gozamos de un espléndido día de verano (veáse mi pinta de giri americano) nos montamos en un autobús dirección a la playa. No nos bañamos, pero eso no impide que nos lo pasemos bien jugando a peleas, a sumo y a comer un poco de arena.










Esa misma noche salimos todos de fiesta muy animados, entramos en un primer local y todos (incluso Noe y Bea) nos animamos a brindar repetidas veces con “visnuwka”…brindamos por lo típico: por la experiencia, la diversión, por nosotros, por la vida…y a medida que aumentan los chupitos aumenta la emoción en las palabras de los brindis. Cambiamos de bar, y al poco rato Noe e Iria abandonan (¡Iria sufría de vertigo!), como siempre quedamos los tres mosqueteros de fiesta…bailamos, volvemos a bailar y nos tomamos alguna copa más…y una vez más Miriam y yo nos quedamos solos a cerrar la fiesta. No sé ni como pasó, pero al final llegamos al albergue una hora y media antes de irnos otra vez de viaje. Así pues, dormimos algo más de una hora y ¡en pie!

Esa mañana nos vamos hacia Sopot, hace un día horroroso, no para de llover. El pueblo no tiene mucho que ver a parte de un muelle, aunque no por eso deja de ser una bonita villa. Estamos unas horas y cogemos un tren hacia Hel. Éste pueblo está al norte de Polonia, es una península con forma de cuerno.

En Hel no hay casi nada, excepto unas magníficas, casi vírgnes y maravillosas playas. El primer día damos unas vueltas por el pueblo, cenamos un exquisíto salmón (por algo más de 3€) y nos vamos a la habitación de un encantador y confortable hostel que hemos reservado. Nos pasamos media noche tomando cervezas y jugando a juegos de éstos que hacen que cada uno explique las anécdotas (de todo tipo) más graciosas que le han pasado. Es una noche realmente divertida. El agotamiento nos vence y vamos a dormir en las que serán, seguramente, las camas más comodas que jamás hayamos usado en este país.








Al día siguiente alquilamos unas bicis (10€ por todo el día) y nos vamos de ruta por el “monte” hasta llegar a la playa. Miriam, una chicarrona del norte, y yo, que intento ser un chicarrón, nos ponemos bravos, una, dos, tres…. y chapuzón en el Báltico… buffff… seguramente nunca antes había sentido tanto frío. Después del baño, y de quedarnos perplejos ante la enorme cantidad de “mariquitas” que había en esa playa (entiendase por mariquitas un insecto), cogemos las bicis e intentamos volver al pueblo. Nos pasamos más de 3h siguiendo las flechas del camino, flechas que se contradicen y que no llevan a ninguna parte, al final pensamos que los militares nos estan grabando y haciendo un estudio sociológico sobre la desorientación con nosotros, puesallí hay un complejo militar. No nos desesperamos, o no demasiado, y finalmente llegamos al pueblo por la otra punta ¡Qué cosa más rara! Habíamos perdido el tren, pero pudimos coger otro.

Unas cuantas horas más de tren y llegamos Varsóvia (la gran capital). Llegamos de noche y nos dirigimos a un albergue que nos indica la guía. Está bastante bien de precio y es muy curioso, era una antigua sede sindical, las habitaciones son temáticas, y tiene un bar abierto 24h (la camarera es a la vez la recepcionista). Dejamos las cosas en la habitación y nos vamos al bar del albergue, estabamos cansados, pero una vez más, y sin saber cómo, nos liamos hasta las tantas. Van cayendo poco a poco hasta que sólo quedamos la incansable Miriam y yo. Bailoteamos, nos servimos nuestras propias cervezas, hablamos, nos reímos bastante y de nuevo son las 8 o las 9 de la mañana…bufff... ¡horrible! Sólo podemos dormir un par de horas.

Y así fue, dos horas después estábamos desayunando y a recorrer la capital. A pesar de que no nos habían hablado muy bien de ella, nosotros la encontramos muy bonita, tiene una plaza preciosa. La verdad es que nos pasamos el día corriendo para poder ver lo esencial. Comemos en un restaurante al que Iria nos lleva y después decidimos ir a ver la exposición “Bodies”.

Nos dividimos para comprar billetes y para ir a buscar las maletas y en un rato nos encontramos en la estación. Compramos unas pizzas y al tren, a reírnos un rato y a dormir otro.




Ha sido uno de los viajes más divertidos, de los que más nos reímos y de los que menos dormimos. Broche de oro al que por el momento es nustro último viaje juntos.. ¡Quién sabe en el futuro!

Por cierto, como disfrutamos los contagiosos ataques de risa de Iria y sus sobredosis de azúcar.










Y ahora..¿hacia dónde vamos?