Bea, Iria, Noe, Miriam y yo nos encontramos en la estación de trenes a las 21.30 y nuestro tren sale en un cuarto de hora. Llegamos muy justos, ya que no somos conscientes de que el día tiene 24h e intentamos asistir a todos los eventos que esa semana se realizan en Kraków. Es la semana de Juvenalia, es decir, los universitarios acaban las clases y la ciudad entera se convierte en una fiesta llena de conciertos, disfraces.. e incluso se permite lo que normalmente está prohibido (beber en la calle…).
Visitamos el museo del ámbar, el de la tortura y una tienda de caramelos hechos a mano dónde podemos observar, alucinar y degustar como niños pequeños esos deliciosos dulces. ¡Qué rico! Poco después, y puesto que gozamos de un espléndido día de verano (veáse mi pinta de giri americano) nos montamos en un autobús dirección a la playa. No nos bañamos, pero eso no impide que nos lo pasemos bien jugando a peleas, a sumo y a comer un poco de arena.
Esa misma noche salimos todos de fiesta muy animados, entramos en un primer local y todos (incluso Noe y Bea) nos animamos a brindar repetidas veces con “visnuwka”…brindamos por lo típico: por la experiencia, la diversión, por nosotros, por la vida…y a medida que aumentan los chupitos aumenta la emoción en las palabras de los brindis. Cambiamos de bar, y al poco rato Noe e Iria abandonan (¡Iria sufría de vertigo!), como siempre quedamos los tres mosqueteros de fiesta…bailamos, volvemos a bailar y nos tomamos alguna copa más…y una vez más Miriam y yo nos quedamos solos a cerrar la fiesta. No sé ni como pasó, pero al final llegamos al albergue una hora y media antes de irnos otra vez de viaje. Así pues, dormimos algo más de una hora y ¡en pie!
En Hel no hay casi nada, excepto unas magníficas, casi vírgnes y maravillosas playas. El primer día damos unas vueltas por el pueblo, cenamos un exquisíto salmón (por algo más de 3€) y nos vamos a la habitación de un encantador y confortable hostel que hemos reservado. Nos pasamos media noche tomando cervezas y jugando a juegos de éstos que hacen que cada uno explique las anécdotas (de todo tipo) más graciosas que le han pasado. Es una noche realmente divertida. El agotamiento nos vence y vamos a dormir en las que serán, seguramente, las camas más comodas que jamás hayamos usado en este país.
Al día siguiente alquilamos unas bicis (10€ por todo el día) y nos vamos de ruta por el “monte” hasta llegar a la playa. Miriam, una chicarrona del norte, y yo, que intento ser un chicarrón, nos ponemos bravos, una, dos, tres…. y chapuzón en el Báltico… buffff… seguramente nunca antes había sentido tanto frío. Después del baño, y de quedarnos perplejos ante la enorme cantidad de “mariquitas” que había en esa playa (entiendase por mariquitas un insecto), cogemos las bicis e intentamos volver al pueblo. Nos pasamos más de 3h siguiendo las flechas del camino, flechas que se contradicen y que no llevan a ninguna parte, al final pensamos que los militares nos estan grabando y haciendo un estudio sociológico sobre la desorientación con nosotros, puesallí hay un complejo militar. No nos desesperamos, o no demasiado, y finalmente llegamos al pueblo por la otra punta ¡Qué cosa más rara! Habíamos perdido el tren, pero pudimos coger otro.
Y así fue, dos horas después estábamos desayunando y a recorrer la capital. A pesar de que no nos habían hablado muy bien de ella, nosotros la encontramos muy bonita, tiene una plaza preciosa. La verdad es que nos pasamos el día corriendo para poder ver lo esencial. Comemos en un restaurante al que Iria nos lleva y después decidimos ir a ver la exposición “Bodies”.
Nos dividimos para comprar billetes y para ir a buscar las maletas y en un rato nos encontramos en la estación. Compramos unas pizzas y al tren, a reírnos un rato y a dormir otro.
Por cierto, como disfrutamos los contagiosos ataques de risa de Iria y sus sobredosis de azúcar.
Y ahora..¿hacia dónde vamos?