viernes, 29 de mayo de 2009

Gdánsk-Sopot-Hel-Varsovia




Bea, Iria, Noe, Miriam y yo nos encontramos en la estación de trenes a las 21.30 y nuestro tren sale en un cuarto de hora. Llegamos muy justos, ya que no somos conscientes de que el día tiene 24h e intentamos asistir a todos los eventos que esa semana se realizan en Kraków. Es la semana de Juvenalia, es decir, los universitarios acaban las clases y la ciudad entera se convierte en una fiesta llena de conciertos, disfraces.. e incluso se permite lo que normalmente está prohibido (beber en la calle…).

En Polonia los trenes no tienen asientos numerados, así que te puede tocar ir de pie en el pasillo con mucha más gente; puesto que llegamos justos a la estación, nos toca pasar 12h de viaje durmiendo sobre las mesas de la cafetería del tren ¡y grácias a Dios! Ir en el suelo habría sido todavía peor.

Amanecemos en Gdánsk, cuna de Solidaridad (el sindicato liderado por Walesa, primer presidente de la democrácia polaca), la ciudad portuária más grande de Polonia; lo primero es buscar dónde dormir. Una vez lo encontramos comenzamos a recorrer la ciudad, es preciosa, nos sorprende para bien, pero lo que quizás más disfrutamos es su gastronomia. Por fín, por fín podemos comer pescado y a un precio que se ajusta a nuestros bolsillos.

Nos sorprende que la ciudad parezca tan nueva, nos sorprende su colorido, y después de leer en guías y algún cartel callejero, nos enteramos de que esta ciudad fue arrasada casi por completo en la II GM; ardió en llamas durante tres días… ¡debió ser horrible! Lo positivo es que fue reconstruida a imagen y semejanza, por lo que conserva su belleza.

Visitamos el museo del ámbar, el de la tortura y una tienda de caramelos hechos a mano dónde podemos observar, alucinar y degustar como niños pequeños esos deliciosos dulces. ¡Qué rico! Poco después, y puesto que gozamos de un espléndido día de verano (veáse mi pinta de giri americano) nos montamos en un autobús dirección a la playa. No nos bañamos, pero eso no impide que nos lo pasemos bien jugando a peleas, a sumo y a comer un poco de arena.










Esa misma noche salimos todos de fiesta muy animados, entramos en un primer local y todos (incluso Noe y Bea) nos animamos a brindar repetidas veces con “visnuwka”…brindamos por lo típico: por la experiencia, la diversión, por nosotros, por la vida…y a medida que aumentan los chupitos aumenta la emoción en las palabras de los brindis. Cambiamos de bar, y al poco rato Noe e Iria abandonan (¡Iria sufría de vertigo!), como siempre quedamos los tres mosqueteros de fiesta…bailamos, volvemos a bailar y nos tomamos alguna copa más…y una vez más Miriam y yo nos quedamos solos a cerrar la fiesta. No sé ni como pasó, pero al final llegamos al albergue una hora y media antes de irnos otra vez de viaje. Así pues, dormimos algo más de una hora y ¡en pie!

Esa mañana nos vamos hacia Sopot, hace un día horroroso, no para de llover. El pueblo no tiene mucho que ver a parte de un muelle, aunque no por eso deja de ser una bonita villa. Estamos unas horas y cogemos un tren hacia Hel. Éste pueblo está al norte de Polonia, es una península con forma de cuerno.

En Hel no hay casi nada, excepto unas magníficas, casi vírgnes y maravillosas playas. El primer día damos unas vueltas por el pueblo, cenamos un exquisíto salmón (por algo más de 3€) y nos vamos a la habitación de un encantador y confortable hostel que hemos reservado. Nos pasamos media noche tomando cervezas y jugando a juegos de éstos que hacen que cada uno explique las anécdotas (de todo tipo) más graciosas que le han pasado. Es una noche realmente divertida. El agotamiento nos vence y vamos a dormir en las que serán, seguramente, las camas más comodas que jamás hayamos usado en este país.








Al día siguiente alquilamos unas bicis (10€ por todo el día) y nos vamos de ruta por el “monte” hasta llegar a la playa. Miriam, una chicarrona del norte, y yo, que intento ser un chicarrón, nos ponemos bravos, una, dos, tres…. y chapuzón en el Báltico… buffff… seguramente nunca antes había sentido tanto frío. Después del baño, y de quedarnos perplejos ante la enorme cantidad de “mariquitas” que había en esa playa (entiendase por mariquitas un insecto), cogemos las bicis e intentamos volver al pueblo. Nos pasamos más de 3h siguiendo las flechas del camino, flechas que se contradicen y que no llevan a ninguna parte, al final pensamos que los militares nos estan grabando y haciendo un estudio sociológico sobre la desorientación con nosotros, puesallí hay un complejo militar. No nos desesperamos, o no demasiado, y finalmente llegamos al pueblo por la otra punta ¡Qué cosa más rara! Habíamos perdido el tren, pero pudimos coger otro.

Unas cuantas horas más de tren y llegamos Varsóvia (la gran capital). Llegamos de noche y nos dirigimos a un albergue que nos indica la guía. Está bastante bien de precio y es muy curioso, era una antigua sede sindical, las habitaciones son temáticas, y tiene un bar abierto 24h (la camarera es a la vez la recepcionista). Dejamos las cosas en la habitación y nos vamos al bar del albergue, estabamos cansados, pero una vez más, y sin saber cómo, nos liamos hasta las tantas. Van cayendo poco a poco hasta que sólo quedamos la incansable Miriam y yo. Bailoteamos, nos servimos nuestras propias cervezas, hablamos, nos reímos bastante y de nuevo son las 8 o las 9 de la mañana…bufff... ¡horrible! Sólo podemos dormir un par de horas.

Y así fue, dos horas después estábamos desayunando y a recorrer la capital. A pesar de que no nos habían hablado muy bien de ella, nosotros la encontramos muy bonita, tiene una plaza preciosa. La verdad es que nos pasamos el día corriendo para poder ver lo esencial. Comemos en un restaurante al que Iria nos lleva y después decidimos ir a ver la exposición “Bodies”.

Nos dividimos para comprar billetes y para ir a buscar las maletas y en un rato nos encontramos en la estación. Compramos unas pizzas y al tren, a reírnos un rato y a dormir otro.




Ha sido uno de los viajes más divertidos, de los que más nos reímos y de los que menos dormimos. Broche de oro al que por el momento es nustro último viaje juntos.. ¡Quién sabe en el futuro!

Por cierto, como disfrutamos los contagiosos ataques de risa de Iria y sus sobredosis de azúcar.










Y ahora..¿hacia dónde vamos?

martes, 26 de mayo de 2009

A meu queridas galegas


¿Es posible hechar de menos, y mucho, a personas a las que tan sólo conoces de los dos últimos meses de tu vida? Pues la respuesta es un ¡sí!, y grande.

El jueves pasado, nuestras galegas, o mejor dicho, nuestras ourensanas nos dejaron para volver a su tierra de orígen. Estoy seguro, de que están bien, como se está en casa, pero que también echan mucho de menos ésta, la que ha sido su casa por algo más de tres meses. Y por supuesto, al igual que aquí las añoramos, ellas nos añorarán.

De mis galegas podría decir muchas cosas bonitas, como que son estupendas, enérgicas, cariñosas, divertidísimas…pero total sólo son palabras que no definirían ni por asombro el afecto que nos tenemos.

Lo que sí que diré es que la ciudad está vacía sin ellas, que las tardes son más largas y las noches más cortas y aburridas. Que me he quedado sin profesora de baile, sin la que más me lia para las fiestas…y se deja liar, sin zip y zape y sus “raves” en la cocina, sin sus cuidados y sus cariños, sin sus risas… pero bueno… me he quedado con su licor café y con un millón de recuerdos…y como dice la película…siempre nos quedará OURENSE. ¡Tócala otra vez Sam!

No diré más que: “se os echa mucho de menos”.

Bueno sí…una cosa más: GALIZA CEIBE…..

Pd. Iria me acuerdo del rap: “pikame o cabalo” “bai rañala” ;-)

Que hemos hecho estos meses:

Bailando.

Me paso el dia bailando.

Y los vecinos mientras tanto.

No paran de molestar.

Bebiendo.

Me paso el dia bebiendo.

La cocktelera agitando.

Llena de Soda y Vermut.

Tengo los huesos desencajados,

el femur tengo muy dislocado;

tengo el cuerpo muy mal,

pero una gran vida social.

Bailo todo el dia,

con o sin compañia.

..Muevo la pierna, muevo el pie,

muevo la tibia y el peroné;

muevo la cabeza, muevo el esternón,

muevo la cadera siempre que tengo ocasión.

Tengo los huesos desencajados,

el fémur tengo muy dislocado;

tengo el cuerpo muy mal,

pero una gran vida social.

Bailando...

lunes, 18 de mayo de 2009

Sanok - Wietlina




Transcurre una semana más, iendo y viniendo del trabajo, quedando con los colegas, iendo al río por las tardes… Llega Sant Jordi y se produce el intercambio de rosas y libros (traen poetas y cantantes catalanes, el Cervantes organiza varias actividades)…también llega el festival de cine y nos topamos con Fernando Trueba, muy agradable…

Acontece un nuevo viaje, ésta vez a la Polonia profunda, pero la noche anterior, casi sin quererlo salimos y nos liamos hasta tarde. Bea, Noe y Miriam son puntuales y cogen el bus hacia Sanok a las 8h; Sergi, Paula, Cris, Aloma (que tenía que coger un vuelo para volver después de pasar una parrandeada semana con nosotros) y yo nos dormimos y cogemos el de las 9h, y Marta y David, por un pequeño fallo tienen que esperar hasta el de las 10h. Así pues, llegamos a Sanok escalonados. Estamos un día en este municipio, tiempo suficiente para hacer una caminata de 4 o 5 horas campo a través, y acabar al otro lado de la montaña alucinados por la belleza del paisaje. Estábamos lejos y la noche empezaba a caer cuándo algunos del grupo entran a un pequeño colmado a preguntar como podíamos coger un taxi, los aldeanos (90% ancianos) se esfuerzan por comunicarse con nosotros (ni ellos, ni nosotros tenemos una lengua común con la que comunicarnos). La aldea se moviliza, y nos dan un trato exquisito; mientras mis compañeros intentan hacerse entender, yo observo como un sol enrojecido se pierde en el horizonte… y casi sin darme cuenta ya tenemos dos taxis esperando para llevarnos al hostel, nos despedimos muy agradecidos de ese grupo de ancianos.
El agotamiento nos hace ir a dormir con las gallinas y nos despertamos al amanecer con el canto del gallo. Nos dividimos, Marta y David se quedan en Sanok, Sergi y Cris vuelven a Kraków y Miriam, Bea, Noe, Paula y yo, después de un error con los autobuses, acabamos en Wietlina.
Wietlina es una aldea muy pequeña, de 300 persona (aunque nosotros no vimos más de 20), situada en un precioso valle y rodeada de montañas. Tenemos suerte y hace un día soleado y caluroso, después de encontrar dónde dormir (gracias a la ayuda de una polaca, quién nos consigue sitio para reposar durante la noche), nos vamos de caminata por la montaña. No recuerdo si fueron 4 o 5 horas lo que caminamos, pero si recuerdo que fue agotador.
Al llegar otra vez a la villa, entramos en una tienda, y sorprendentemente una chica nos habla en castellano (Paulina, que estuvo de erasmus en Sevilla), después de las preguntas iniciales nos ofrece ir con ella y sus amigos a hacer una hoguera en un descampado y comer carne, y así quedamos.
Finalmente lo de la hoguera se suspende, pero quedamos con ella y su amigo Woijteck para cenar y tomar alguna copa. Acabamos en el que debía ser el único bar del pueblo, tomando una cerveza acompañada de tres bolsas de patatas y unos palitos de pan (no había otra opción). Después de ciertos rituales de masculinidad, es decir, de hacerme jugar a pulsos con chicarrones de pueblo (a los cuáles no les dure ni 2 segundos), Martyn se introduce al grupo. Bailamos un poquito y jugamos un par de futbolines con el alocado Woijteck y con el divertidísimo Martyn.
A la vuelta al hostel, Miriam y yo nos quedamos aproximadamente una hora anonadados con las estrellas (cazamos 3 fugaces), nunca había visto tantas, creo que ni tan siquiera era consciente de que puediera haber tantas. Nos habríamos quedado toda la noche observandolas, es más, me emocionaba poder contemplarlas. ¡Que pequeñito se siente uno frente a ellas!
A la mañana siguiente quedamos con ellos tres, quiénes se han ofrecido a hacernos de guía para enseñarnos una cordillera espectacular. Nos encontramos en la misma tienda en la que conocimos a Paulina, y nos tienen preparado un desayuno (sí, sí…desayunamos dentro de una tienda). A las 7.30 empezamos nuestro camino hasta la cima, tardamos un par de horas en llegar ; las vistas eran impresionantes y el viento tenía una fuerza desgarradora. Ese viento nos proporcionó una sensación muy agradable y nos llenó de vida; en la cima, a 1.200 metros nos sentamos a comer unos bocadillos para recuperarnos y disfrutar de la naturaleza.


Volvimos a Wietlina después de haber pasado un día muy ameno con Paulina (quién también habita en Kraków), Woijteck y Martyn. Cogemos un bus, Miriam, Noe, Bea, Paula y yo, y en 8 horas nos plantamos en Kraków otra vez.
¿Y ahora qué?